jueves, 10 de diciembre de 2020

TOLERANCIA A LA FRUSTRACION


 

ENEMIGOS DE LA SUPERACION

 


En la búsqueda de la superación personal los principales enemigos se encuentran en nuestro interior y se llaman ego, ansiedad y memoria…

 

No es posible construir una sólida plataforma que desde nuestro presente nos proyecte hacia un futuro deseado sin un ejercicio retrospectivo de nuestra propia historia en el que debemos darnos la posibilidad de interpelar nuestro propio relato.

 

Nuestro EGO ensombrecerá la mirada disimulando la posibilidad de reconocer los propios errores y desplazando artificialmente culpas hacia otros o hacia sucesos externos de difícil cuestionamiento. Si no somos capaces de controlar este efecto mediante el juicio crítico y desapasionado, nos inundará el resentimiento.

 

La ANSIEDAD impedirá que podamos hacer el análisis con la minuciosidad requerida como para que el mismo se convierta en un verdadero “balance vital” sobre el cual podamos visualizar nuestros verdaderos deseos y expectativas para el largo plazo. Si no somos capaces de dominar nuestras ansiedades la presión autogenerada del “lo quiero ya” vedará nuestra capacidad de reflexión y hará que nuestros propósitos esenciales se diluyan, en el mejor de los casos, en modestas metas de corto plazo carentes de sentido de propósito.

 

La MEMORIA es una gran embustera… Representa apenas un recorte subjetivo de las vivencias adquiridas que siempre son filtradas por el estado emocional de nuestro presente. La verdad es que “creemos haber vivido” hechos que nos hemos encargado de distorsionar convenientemente desde la perspectiva de nuestro presente, lo que invariablemente nos brindará sensaciones erróneas que condicionaran nuestra historia futura: la real, la que construiremos con nuestras decisiones presentes.

 

No podemos evitar la acción de estos “viejos compañeros”, pero hay que desarrollar la claridad mental para reconocerlos, aceptarlos y no permitir que sus influencias se conviertan en otra cosa que un marco referencial teñido de cuestionables subjetividades que nunca podremos considerar absolutas. La duda en sí misma no es mala: nos permite construir nuevas miradas.

 

viernes, 4 de diciembre de 2020

EL MITO DEL CARISMA


 

RESPONSABILIDAD


 Ser responsable representa un atributo de inconmensurable valía para el ser. Implica básicamente ser capaz de “hacerse cargo” de nuestros actos y de las circunstancias por ellos creadas, algo que parecería resultar elemental en un comportamiento recto, pero que lamentablemente parece ser poco común en la sociedad actual.

 

La verdadera responsabilidad implica no solamente el hacer correcto, sino también el esfuerzo reparador de nuestras incorrecciones (que inevitablemente se producirán) y el compromiso irreductible que dicha reparación se convierta en aprendizaje.

 

En este sentido, la responsabilidad es algo ajeno a la culpa. La culpa, como experiencia emocional que se siente al romper reglas culturales o de nuestro grupo de pertenencia, genera una sensación de arrepentimiento, pero rara vez un protagonismo del sujeto para la reparación y el sincero aprendizaje.

 

Esto es natural, porque operan sobre ella los mecanismos de expiación que cada ser humano tiene desarrollado para proteger su ego.

 

El sentido de culpa es visceral, nos oprime y en un determinado momento nos impulsa a su desplazamiento, es decir a buscar un factor externo sobre el que descargarla y de esta manera sentirnos aliviados, paradójicamente, de esta manera terminamos diluyendo nuestra responsabilidad.

 

No es malo sentir culpa, por otra parte es algo natural que da cuenta de nuestra consciencia sobre los hechos y el entorno, el problema es que, cuando la culpa es lo que nos domina, inevitablemente se activarán nuestros mecanismos expiatorios y si esta es nuestra respuesta permanente, nos convertiremos en personas resentidas: en definitiva, es el mundo que nos rodea el que provoca nuestros males y moviliza nuestros errores.

 

La culpa es la respuesta tardía a nuestros comportamientos, la responsabilidad es una actitud anticipatoria que antepone la reflexión a nuestros actos en la certeza que somos protagonistas irrenunciables de ellos.