viernes, 4 de diciembre de 2020

RESPONSABILIDAD


 Ser responsable representa un atributo de inconmensurable valía para el ser. Implica básicamente ser capaz de “hacerse cargo” de nuestros actos y de las circunstancias por ellos creadas, algo que parecería resultar elemental en un comportamiento recto, pero que lamentablemente parece ser poco común en la sociedad actual.

 

La verdadera responsabilidad implica no solamente el hacer correcto, sino también el esfuerzo reparador de nuestras incorrecciones (que inevitablemente se producirán) y el compromiso irreductible que dicha reparación se convierta en aprendizaje.

 

En este sentido, la responsabilidad es algo ajeno a la culpa. La culpa, como experiencia emocional que se siente al romper reglas culturales o de nuestro grupo de pertenencia, genera una sensación de arrepentimiento, pero rara vez un protagonismo del sujeto para la reparación y el sincero aprendizaje.

 

Esto es natural, porque operan sobre ella los mecanismos de expiación que cada ser humano tiene desarrollado para proteger su ego.

 

El sentido de culpa es visceral, nos oprime y en un determinado momento nos impulsa a su desplazamiento, es decir a buscar un factor externo sobre el que descargarla y de esta manera sentirnos aliviados, paradójicamente, de esta manera terminamos diluyendo nuestra responsabilidad.

 

No es malo sentir culpa, por otra parte es algo natural que da cuenta de nuestra consciencia sobre los hechos y el entorno, el problema es que, cuando la culpa es lo que nos domina, inevitablemente se activarán nuestros mecanismos expiatorios y si esta es nuestra respuesta permanente, nos convertiremos en personas resentidas: en definitiva, es el mundo que nos rodea el que provoca nuestros males y moviliza nuestros errores.

 

La culpa es la respuesta tardía a nuestros comportamientos, la responsabilidad es una actitud anticipatoria que antepone la reflexión a nuestros actos en la certeza que somos protagonistas irrenunciables de ellos. 

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