viernes, 10 de julio de 2020

Reflexiones: Aprendizaje


APRENDIZAJE

Empecemos con una obviedad: aprender no es acumular información… El aprendizaje es el proceso mediante el cual adquirimos conocimientos reales, desarrollamos habilidades a partir de ellos y cultivamos aquellas actitudes que nos permitirán mejorarnos como personas y poder proyectarnos hacia fines superiores.

El aprendizaje es la raíz de la evolución y el progreso personal en todas las facetas de la vida y es un camino claramente delineado para transitar en la búsqueda de aquello que solemos llamar “felicidad”.

Podemos aprender mediante el estudio formal, pero invariablemente el mismo solo nos será útil si lo nutrimos de la cuota necesaria de vivencias que permitan forjar nuestro carácter.

Aprender nos hace crecer como personas y un beneficio adicional de ello es que, si somos lo suficientemente sabios, eso también ayudará al crecimiento de quienes tenemos alrededor.

La buena noticia, es que somos seres intrínsecamente preparados desde nuestra misma concepción para encaminarnos en esta maravillosa senda. Si permiten  alumbrar un bizarro neologismo “somos bichos aprendedores”…

Claro, para que esto ocurra y podamos aprovechar el inmenso potencial que esta condición natural nos brinda, debemos poner nuestro esfuerzo para superar otro impulso interior, también natural, que nos limita recortando muchas veces nuestras posibilidades de aprender (una nueva paradoja de esa curiosa constitución que tiene nuestra humanidad).

Para aprender algo, necesariamente hay que “moverse” y con la misma fuerza y en permanente disputa, en nuestro interior anidan fuerzas que nos impulsan al mismo tiempo a generar ese movimiento, pero también a “quedarnos quietos”.

Nuestros miedos, son los cabales representantes de estos últimos impulsos, componentes esenciales de nuestra supervivencia por su rol protector, van formando una armadura que nos resguarda de muchas de las amenazas del mundo exterior, pero que también nos impide muchas veces crear oportunidades para nuestro progreso, manteniéndonos en una “zona de comodidad”.

Esa  permanente tensión interior entre nuestros miedos y los impulsos de cambio constituye aquello que habitualmente denominamos “crisis”.

Nuestras crisis no son otra cosa que aquellos momentos de extrema angustia que afrontamos en ocasiones en las que nuestro estado actual no nos satisface plenamente, pero aquellas cosas que imaginamos que podrán modificar dicho estado, nos resultan demasiado atemorizantes por los riesgos que creemos que implican.

A la larga esta situación nos paraliza y los términos de la misma tienden a exacerbarse: la insatisfacción actual es cada vez mayor y los riesgos del cambio se ven cada vez más grandes, con lo cual la angustia se acrecienta.

Solamente cuando somos capaces de romper el equilibrio entre ambas sensaciones, podemos decir que “superamos la crisis” y, en definitiva, que hemos aprendido.

A todos nos disgusta esa sensación de tener que afrontar una crisis. Y, de nuevo tenemos aquí “buenas y malas noticias”… Empecemos en este caso por las últimas: la vida del ser humano es una permanente sucesión de crisis: nacer es un momento crítico y morir también, todo lo que ocurre en el medio está jalonado de este tipo de situaciones y las necesidades de superación de ellas (por desagradable que sea). Eso se llama “crecer”…

La buena noticia, y valga como dulce contrasentido, es exactamente la misma: la vida es una permanente sucesión de crisis, ese es el gran desafío y la maravillosa aventura, que un fino entendimiento nos permitirá en definitiva llegar a disfrutar.

Tal vez esa es una de las principales bases de la comprensión profunda del hombre sabio.

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